Corre el año 1810. Beethoven, ya llegado a los cuarenta, ha compuesto algunas de sus sinfonías pero pasa grandes apuros económicos y apenas tiene para pagarse la comida. Es entonces cuando conoce a la joven Teresa Brunswick, veintidos años más joven que él. Había sido su profesor y era amigo de la familia, que le invita a Martonvásár, en Hungría. Allí surge una amistad sincera, esta vez parece que correspondida por la joven. Dos almas sensibles y apasionadas. Es una época de gran creatividad, el ya maduro Ludwig compone algunas de sus mejores obras, entre ellas la sexta sinfonía y una breve obra para piano en «la menor». Con el tiempo la pieza sería conocida como «Para Elisa», pero Beethoven la compuso para Teresa. La confusión se debe al musicólogo Ludwig Nohl, que en 1865 la descubre en un documento en mal estado y se confunde al tratar de reproducir la dedicatoria. Teresa Brunswick terminó por abandonar al genial músico alemán por la diferencia social. Beethoven era un genio. Pero un genio pobre.
jueves, 26 de mayo de 2016
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